Se habla mucho del futuro de los niños, y debemos hablar del presente de los niños, porque cada día la cotidianidad del niño es su presente.
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Hablar de los niños, es hacer referencia de la sociedad contemporánea, que se caracteriza por las grandes concentraciones de personas, por las masas de seres humanos que constituyen multitud; relación solitaria, a la que les faltan razones y convicciones para llegar a una vida solidaria y a profundas relaciones interpersonales y comunicativas.
La incomunicabilidad humana en los niños y jóvenes tiene su razón justificante en la tradición cultural occidental. Cuando Descartes inicia su andadura filosófica plantea el problema – del otro – desde la razón solidaria y no desde la razón comunicativa.
Toda persona tiene vocación de apertura – al otro y a lo otro – y siente el reclamo de su presencia. Es decir, todo niño tiene necesidad del vínculo familiar, del vínculo relacional. Es necesario “llegar a ser persona en sí misma”, solo quienes estén revestidos de los sentimientos de ternura y sean capaces de practicar acciones de humanismo descubrirán el auténtico rostro del otro.
Concepto enormemente humano al hablar de los niños, en especial de los niños con cáncer. Aduzco a Paul Valéry (filósofo francés) cuando dice soy lo que soy, soy lo que veo. Cuando me involucro, cuando veo o trato a un niño o una niña que padece cáncer.
Hay algo que siempre me ha llamado poderosamente la atención y que ha hecho que para mi tenga una significación emocional y espiritual enormemente grande, por qué: el niño o la niña que padece cáncer son menores que hablan poco y que miran con mucho detenimiento a la persona que está cerca de ellos.
Por eso quiero hablar de la mirada del niño que auténticamente a través de él, a través de esa mirada está planteando su espíritu, sus sentimientos, sus emociones, sus sueños, sus esperanzas, sus deseos, sus ilusiones, pero también está planteando el dolor, el sufrimiento y en los momentos de padecimiento que vive durante el tiempo que está detectado el cáncer y que tiene el niño que verlo con una gran sorpresa y posteriormente con un gran dolor.
Son momentos donde el niño enfrenta una dicotomía casi cotidiana, donde tiene momentos gratos, agradables, divertidos; en donde el niño te transmite un momento de sonrisa, un momento de alegría, pero también en ese momento o en momentos posteriores, en cuestión de instantes, te traspasa el sufrimiento, el dolor, el llanto, porque esa es la vida del niño o la niña que padecen cáncer.
En la Fundación Unidos por el Arte contra el Cáncer Infantil, (UNAC) hemos atendido a cientos de niños. Lo hemos vivido en muchísimas ocasiones, niños y niñas que han sido trasplantados cuando tienen un año de vida y que hoy podemos hablar de niñas, mujeres de 18, 19 o 20 años que terminaron sus carreras, que están comenzando a trabajar y que son personas de bien y muy importantes dentro de la comunidad y de la sociedad.
Se habla mucho del futuro de los niños, y debemos hablar del presente de los niños, porque cada día la cotidianidad del niño es su presente; que permite trabajar en ese presente, para lograr que el presente posterior sea eminentemente equilibrado de desarrollo emocional, de desarrollo físico, de desarrollo mental y desarrollo espiritual para la aportación de una sociedad y de una comunidad infinitamente importante en la participación de esos niños. Por eso, yo no hablo del futuro sino del presente de esos niños.